
Palma, domingo 9 de marzo de 2025
Cuatro siglos de aceitunas en la voz de Carmen Linares
Gala inaugural del IV Festival Paco de Lucía
Cantaora, Carmen Linares; tocaores, Salvador Gutiérrez y Eduardo Espín; piano, Pablo Suárez; coros y palmas, Ana María González y Rosario Amador; invitada protagonista, Maria Hein.
Por Víctor M. Conejo
José Luis Luna (ver galería)
La barca de la voz de Carmen Pacheco Rodríguez, Carmen Linares, navegó, surcó, arribó, entró y se salió por donde le dio la gana. Fue una hora y media larga de recital que fue como es el flamenco: único. La panorámica que trazó en su concierto fue tanto concreta como enciclopédica, impecable como despeluchá, ordenada como desbordada. Joven y vetusta. Historia y presente.
Teatre Principal prácticamente lleno en la gala inaugural del festival de Paco. Hablando de voces majestuosas, la velada se inició con Maria Hein al piano interpretando en solitario un único tema, «La dama de Mallorca». Alguien lo dijo: esa voz sabe sonar como una idol japonesa y también como las gitanas viejas. Así, con ese tesorazo y de esa manera sui generis, quedó inaugurada la cuarta edición del ciclo. Hubo otro al final, cuando tras la actuación de Linares interpretaron juntas y en solitario, respectivamente, una nana mallorquina y otra flamenca para cerrar.
Luego vinieron los parlamentos oficiales, con la directora del festival, Soledad Bescós; la vicepresidenta y consellera de Cultura, Antònia Roca; la pareja de Paco, Gabriela Canseco; la receptora este año de la beca de la Fundación, Úrsula Pomar, de quien se recalcó su formación en el mundo de la clásica, reforzando así la genuina amplitud de miras del mundo flamenco; Estrella Morente, como miembro del jurado de dicha subvención, junto a Isabel García Lorca e Isabel Piñero, de Grupo Piñero, mecenas de la dádiva. La oficialidad finalizó con Morente haciendo dos regalazos: uno, cantó; dos, se arrodilló ante Canseco.
Las impresionantes rasgaduras de las cuerdas vocales de la cantaora llegaron a provocar un «¡vamos señora!» en una de las coristas. Y vaya si se fue, donde quiso y desde donde quiso, con emoción y comunicatividad extraordinarias tanto cuando clavó la voz (y la llegó a clavar fuerte, muy fuerte) como cuando la dejó quebrarse.
Tras ello vino ya sí el concierto de la muchacha de setentaynada años con dos tocaores, dos voces a los coros y palmas, más pianista. Fue una masterclass de una de las purezas y riquezas del flamenco: no solo lo jondo, sino cuando incursiona en poetas.
A lo musical se añadió que Lorca, los aceituneros de Hernández o Jiménez tiritaron todas las butacas del Principal. Maestra, Linares introducía y exponía brevemente cada texto, por qué y cómo ha querido adaptarlos. O mejor dicho, en sus propias palabras, como por ejemplo «esta nos ha pedido hacerlo en folía, petenera y taranta».
Las impresionantes rasgaduras de las cuerdas vocales de la cantaora llegaron a provocar un «¡vamos señora!» en una de las coristas. Y vaya si se fue, donde quiso y desde donde quiso, con emoción y comunicatividad extraordinarias tanto cuando clavó la voz (y la llegó a clavar fuerte, muy fuerte) como cuando la dejó quebrarse.
La cota de heterodoxia, que también la hubo, la aportaron pianista y tocaor titular en su solo a dúo. También hubo recuerdo dedicado y sincero, «para el grandísimo Enrique Morente, papá para ti, Estrella, que estás aquí». Tras ello interpretó «La leyenda del tiempo» en versión de «Poeta en Nueva York». Sencillamente, eso fue el concierto: una leyenda y todos los tiempos.




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